Llevábamos tiempo sin hablar, sin ponernos al día. La relación que tengo con Ro es de aquellas en las que el tiempo no marca distancia. Podemos pasar semanas sin hablar y meses sin vernos pero de pronto una llamada, y ni que decir de un encuentro, hace borrón y cuenta nueva… como si nos hubiésemos visto ayer.
Empezamos a actualizar nuestras vidas, cuando de pronto nos dimos cuenta del tiempo que había pasado y de todo lo que había acontecido… wow.
Empecé por contarle del nacimiento de un proyecto que llevaba tiempo rondándome el corazón.
La idea nació durante la pandemia, cuando llegó a mi un anuncio en la redes sociales, de una app que tomé como una propuesta de “baile” y que yo llevaba al “movimiento”. Tardé en darme de alta, a pesar del mes de prueba gratuito. Le daba mil vueltas (a veces nos resistimos de forma inconsciente a lo bueno que hay para una misma, uno mismo), hasta que me lancé y para mi fue todo un descubrimiento, un regalo maravilloso.
Empecé haciendo las sesiones de “baile” sola, en casa, sin ojos extraños a los propios, y a pesar de ello, pude darme cuenta el poco permiso que tenía y/o me daba para el disfrute conmigo misma.
A pesar de que llevo el baile en mis venas, pues desde pequeña me lo inculcaron y, para ser sincera, no se me da mal, en las primeras “sesiones” notaba lo rígida que estaba, el poco disfrute que me permitía, los diálogos internos que aparecían en mi a modo de diablillo al oido:
“¿Qué estas haciendo?”; “No seas ridícula”; y un largo etc.
Todo ello me ponía mas rígida, mas seria. Pero continué y poco a poco noté los desbloqueos.
Aparecieron llantos sin motivos, tan solo con el movimiento y la música, algunos tocando profundo dolor, otros de profunda gratitud; aparecieron las risas cómplices conmigo misma; los pasos sin sentido; el atrevimiento; el juego cómplice; y así, los movimientos empezaron a ser mas suaves, mas fluidos; hasta llegar el momento de permitirme dejarme llevar, simplemente moverme al sentir de la música, sin mas, con lo saliera, con lo que surgiera.
Finalmente pude permitirme ver por otros, sin el temor al juicio externo, al “que dirán”, valorando lo que realmente importa, lo que yo estoy sintiendo. Confieso que a veces aparece un poco de recato que intento superar riéndome de mi misma y no deteniéndome. Incluso llego a pensar/sentir que aquellas miradas juzgadoras y risitas externas son de mi misma, de aquella que hasta no mucho no se permitía disfrutar y me felicito por los pasos dado; por el ahora; por permitirme la libertad de expresarme tal como quiero, tal como soy, en esta ocasión a través del baile, el juego, la risa, la ocurrencia y hasta el ridículo.
Después de esta experimentación (que alguna vez ya había percibido en talleres y alguna sesión de coaching corporal, de forma puntual y contextual) y sabiendo que el movimiento nos permite ir al encuentro y conexión del cuerpo y la mente a través de la música, se me ocurrió compartirlo con el grupo de amigas a modo de pretexto para encontrarnos una vez a la semana y hacer algo por nuestra cuenta, en un espacio para nosotras, sin mayores pretensiones que la de soltarnos, movernos, disfrutarnos, y aprovechar así pasar un rato entre chicas.
Fue así como, teniendo estos encuentros una vez a la semana, me di cuenta que permitiéndonos disfrutar de la música, siguiendo algunos pasos simples propuestos, hasta la mas “racional” del grupo conectaba con su “yo interior” y ello facilitaba las conversaciones, y si se daba, una exploración mas profunda con una misma, en sesiones improvisadas.
¿Cómo no compartir todo esto?
Sumado a todo lo experimentado, empecé a ser consciente de la importancia que tiene el que las chicas tengamos un espacio para nosotras, en donde poder compartir “cosas de chicas”.
Nunca había visto la necesidad de crear un espacio para nosotras. Hacer una distinción entre chicos y chicas no me parecía bien, no le encontraba sentido. Sin embargo de pronto, prestando atención a lo que se daba, me di cuenta de lo rico de estos encuentros, de la importancia de la construcción de lazos o mas bien de redes de sostén. Me habían hablado de ello pero nunca había sido tan consciente de ello hasta ese momento.
Quizá todo ello fuese por mi relación con otras chicas, que no quiere decir que fuese mala, siempre fui una persona muy abierta a la amistad, amigas tenía muchas, primero en el cole, luego en la universidad. En realidad creo que, mas bien, todo ello obedecía a patrones personales y sobretodo familiares a los que hoy puedo poner luz, limpiar, sanar.
Fue así como nace CREA, un espacio de trabajo en el que las chicas podemos:
Conocernos a nosotras mismas, en nuestra individualidad, como seres únicos y perfectos;
Reconocernos tal y como somos, como hemos sido siempre;
Encontrarnos con nuestro yo mas auténtico, mas honesto, mas real;
Aceptarnos tal y como somos, permitiéndonos ser felices.
Me gusta pensar en él como un Círculo, evocando a las reuniones de nuestros antepasados, donde se compartían vivencias, experiencias. En donde nadie es superior a los demás y en donde prima el respeto y la honestidad. Donde todas se comunican mirándose a los ojos, a la misma altura, sobre temas personales o que afecten al colectivo en general.
En definitiva, un espacio en el que las mujeres podamos encontrarnos para compartir, apoyarnos, escucharnos, sostenernos, descubrirnos, empoderarnos.
Lo interesante de todo esto, además de lo compartido, es la certeza con la que este proyecto se fue forjando en mi, como fue tomando forma para finalmente tener la convicción interna de su necesidad y su viabilidad, superando barreras, miedos, bloqueos, porque la llama interna es mas fuerte que todo lo demás. Ese es el verdadero motor, veamos hasta donde nos lleva…
Por ahora a disfrutar del viaje.
¿Me acompañas?
#PermíteteSerFeliz
Julio 2021